La realidad se amolda a la dispersa percepción la cual jamás obedece otra cosa que sus impulsos y miedos

martes, 19 de marzo de 2013

Gulo y sus amigos II


Nerviosos, en voz baja hablando apenas, eramos un patético grupo de siete amigos llevando unos palos a modo de míticas armas, caminábamos hacia la casa de campo aislada, próxima al final del caserío, en ese terrible lugar donde, agazapado, irrumía con ruidosa sorpresa el temido orate. Discutimos durante mucho rato la forma de usar el nuevo conocimiento sobre las afinidades de Gulo hacia el fuego, aceptamos correr el riesgo llevando antorchas encendidas en cuanto llegásemos al punto tan temido. Asentimos, enérgico paso, ceños fruncidos, determinación infantil por acabar con esa situación. Lucas, el mayor de todos, consigue unas cerillas y algo de gasolina, los demás recogimos unos palos más o menos útiles del cercano huerto, los usaban como cercado en donde el hortelano sembraba algunas legumbres, un claro enmedio de la arboleda, al que para llegar habíamos de evitar ser perseguidos por un perrazo temible, aunque ya viejo. Para nosotros era menos aterrador ese can que Gulo, el perro solo nos correteaba ladrando y una vez salíamos de los límites del huerto, dejaba de perseguirnos sacando la lengua. El demente, aunque solo nos perseguía unos cuantos metros, gritando furioso y recogiendo piedras con rapidez, provocaba que ese corto lapso de tiempo, nos pareciera interminable; atacaba con tal rudeza que el riesgo de lesión era bastante probable y para emperorarlo todo, el camino hacía un vado en ese lugar, sea cual sea el sentido en el que se caminase, siempre había un tramo de subida que recorrer. Las piedras topando en la espalda, brazos o piernas dolían demasiado, afortunadamente hubo pocos descalabrados.
Por fortuna, muy pocas veces Gulo nos interceptaba de frente, generalmente salía una vez que pasábamos por el sitio donde se metía a esperarnos, puntual como fina máquina de relojería suiza, omnipresente en el ambiente su amenaza. En esos pocos momentos, al interceptarnos, el riesgo de ser heridos en la cara era mayor, y perder un ojo por la brutalidad de un idiota no era nuestro deseo. Lucy, una de las niñas que no tenía la manera de ir al pueblo en carruaje como las hijas de Don Abraham, debía pasar junto con nosotros el ´´Paso del Loco´´ como le decíamos al camino, temía tanto a Gulo que a sus díez años seguía mojando la cama, a ella si logró atinarle en la cabeza tiempo atrás. Cuando pasaba un carruaje o alguien a caballo, no corría riesgos, Gulo no aparecía, quizá le temiese a los animales decían todos; yo pensaba que no era divertido para él, que le gustaba molestarnos, le daba placer que le temieramos y salieramos despavoridos ante su aparición.
Bien, por aquellos días eramos una bola de rapaces sin credibilidad con nuestros padres, ni de ningún adulto, siempre dejados de lado para cualquier decisión, pocas veces nos querían llevar al pueblo que no fuese a pie, y como en esos casos, los adultos no sufrían ataque alguno por parte del imbécil, si alguien nos acompañaba, no eramos atacados, suponían, por tal razón, cuando había algún incidente, que nosotros azuzabamos a Gulo para hacerle enojar y por tal motivo perseguirnos; la lógica consecuencia de tal provocación . Cuando sucedió lo de Lucy, a Carl su hermano mayor lo reprendieron con dureza por haber permitido semejante barbaridad para con su hermana, ella lloraba elevando sus chillidos con notas tan altas que lastimaba los tímpanos, su rostro bañado en sangre nos impresionó, nos culparon de haber incordiado tanto al pobre tonto que a como pudo se defendió lanzándonos piedras.
La casa de campo quedaba a unos cuantos centenares de metros, iniciamos nuestra marcha a paso decidido, cuando ibamos recortando la distancia fueron menos firmes nuestras pisadas, y antes de llegar al vado nos detuvimos indecisos. Acobardados, tuvimos noción repentina del riesgo de nuestra desesperada empresa, en teoría sonaba atractiva la idea de llevar fuego para que Gulo, entusiasmado detuviera sus ataques y se aproximara a ver el espectáculo ígneo. Pero en la práctica, la cosa cambiaba ya que no sabíamos si realmente dejaría de haber poderosas piedras volando hacia nuestras molleras.
-Vamos no seamos cobardes- les decía a mis amigos-haber Lucas enciende esto ya-y así lo hizo, las antorchas improvisadas con pañuelos y estopa bañados en gasolina encendieron muy bien. Al ver el fuego sentimos un poco de seguridad, si no resultaba útil como carnada por lo menos podría ser un arma eficaz. Nos dirigimos ya mejor dispuestos y llegamos al punto donde cientos de veces corrimos peligro. Nada, silencio, solo el viento soplando con firmeza en la espesura de los árboles cercanos. Sentíamos el calor en nuestras caras, el acre aroma del combustible nos llenaba las narices, humo oscuro elevándose como volutas de sucia resina consumiéndose en pagano rito. Esperamos un rato, sientiéndonos extraños de estar en aquel lugar sin haber sido atacados, pudimos apreciar algunos detalles del entorno que anteriormente no podiamos percibir por las aceleradas huidas. Escuchamos ramas romperse, hojas secas siendo pisadas por pesada bota, el corazón se aceleró, algunos temblaban, Tom quizó correr pero fue detenido por John. Aparece Gulo.
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando vi salir a paso lento a aquel espantajo, no podíamos acostumbrarnos a su cara deforme, sus rasgos irregulares, su cabeza con jirones de cabello, sus facciones asimétricas, parecía sonreir, solo emitía un sonido con ronca voz, ´´Guuuuulooo´´, de ahí su nombre, repetía esto una y otra vez, babeaba. Vimos con asombro cómo sus ojos no dejaban de ver nuestras antorchas, nos dimos cuenta de que al menos no fuimos recibidos con proyectiles ni escupitajos. Quedamos así por largo rato, temiendo que de un momento a otro nos fuera a golpear o morder, pero Gulo seguía ahí sin hacer otra cosa que apreciar el fuego. Finalmente decidí acercarme, el idiota retrocede por un instante, amaba y temía al fuego, y reaccionaba de forma animalesca cuando escuchaba el sonido de las flamas rasgando el aire al agitar las antorchas. Envalentonado, agite el palo encendido cerca del rostro de nuestro acosador, este se agacha y se cubre la cabeza, volteaba a verme con suplicante mirada para luego seguir viendo al fuego, los demás al ver mi valiente actitud se aproximan y agitan sus antorchas cerca del pobre tonto, Gulo grita su nombre con fuerza, se arrastra hacia su casucha, nos dio placer ver al perseguidor convertido en presa, todos acosamos al enfermo hasta que entra en su cubil. Reíamos victoriosos por sabernos dominantes de quien nos hizo pasar tantos malos momentos. Tom frenético empieza a golpear las paredes de lámina metálica donde se refugiaba Gulo, hacía demasiado ruido, desde dentro nos respondían los golpes de un desesperado enfermo mental, golpes poderosos como respuesta a los dados por el más cobarde de nosotros, con cada golpe dado a la pared de la casucha la antorcha desprendía chispas abrasadoras que caían en brillante cascada sobre el suelo, inevitablemente una de estas chispas llega a seca hierba y empieza a haber fuego sobre la casucha. Las llamas pronto se tornan enormes, asustados corrimos de ahí, sabedores de la paliza que nos darían si nos veían quemando propiedad ajena. Solo alcanzamos a escuchar los gritos de Gulo en crescendo.

Gulo y sus amigos


Veía concentrado caer el agua desde el cercano borde del tejado sobre las pulidas piedras del patio, la lluvia incesante resonaba con fuerte sonido sobre las tejas, hacía rato la tormenta  caía en intenso caudal sobre la región, el olor a tierra mojada le traía recuerdos de lugares vistos lejano tiempo atrás, a su infancia, cuando la lluvia lo hacía saltar y reír de felicidad. Toma un sorbo de café, después lleva a su boca un puro, inhala con lento deleite y suelta con desenfado denso humo. Deja fluir su imaginación, remontándose a aquellos tiempos plenos de aventuras y fantasía, recuerda sus afanes por alcanzar la maestría en la infantil esgrima con espadas de madera, ah cuántas peleas, muchas veces terminaban con algún dedo adolorido por descuidado lance. Una franca sonrisa ilumina su cara al evocar las muchas veces en las que intentó junto a sus amigos darle forma a la mejor arma. Permanece así repasando cada momento que se permitía recordar  durante un rato, fue agotando las imágenes benévolas yendo sin darse cuenta a otras memorias menos concientes, por un instante serena su gesto y poco a poco tensa su frente, sí, también hubo miedos.
Gulo, así le decían, nunca supieron su nombre, en su casa le llamaban de esa forma, decían quienes lo cuidaban que era el  único modo de llamar su atención, era el único sonido coherente que podía emitir.
Con una fuerza descomunal para su edad, agresivo y poco racional, daba pánico pasar cerca del muladar donde habitaba, situado en la parte más alejada del patio de una vieja casa de campo, la cual colindaba con el único camino del caserío al pueblo donde estaba la escuela pública, en ese vasto terreno destinaron un cuartucho como hogar para el, ahí permanecía durante el día ocultándose entre los arbustos de donde salía inesperadamente asustando a los incautos con unos gritos enloquecidos que aterrorizaban por su intensidad. En esas ocasiones había que correr, las piedras zumbaban con fuerza a pocos centímetros de nuestras cabezas, varios de los muchachos recibieron esas pedradas más de una vez, Gulo era torpe por fortuna, y como alivio para muchos, por una misteriosa razón, Gulo no se alejaba demasiado de su asquerosa casucha. Cada día entre semana debíamos pasar dos veces por ese camino para ir por la mañana de nuestras casas a la escuela, y ya entrada la tarde, de regreso para llegar a comer a nuestros hogares, eran momentos tensos en los que sabíamos que aparecería pero sin la certeza de dónde o en que momento. Siempre pensé que a Gulo le gustaba asustarnos, era su pasatiempo, y cuando no estaba viendo como se quemaban cosas o masturbándose a la vista de la gente, se ocultaba para intentar rompernos el cráneo a pedradas. Por la noche lo encadenaban, lo podían controlar en esos instantes para encerrarlo porque Gulo temía a su cuidador. Decían que de día el tarado era más sociable, y de noche había que mantenerlo sujeto para evitar problemas.
Gulo era mordedor, en cierta ocasión Jerry no pudo correr con suficiente velocidad y fue alcanzado, la mordida le arrancó parte del dedo meñique de la mano izquierda, por suerte, y por desesperación, Jerry logra escapar llorando y sangrando hasta alcanzar su casa. Indignados los padres de la víctima, reclaman a los propietarios de la casa donde tenían a aquella bestezuela, ellos se disculparon una y otra vez, ahí les dijeron a los padres de Jerry que Gulo era solo un retrasado, que los muchachos debían dejar de provocar al pobre orate y evitarse conflictos. No lograron convencer de la conveniencia de internar al muchacho en una clínica para dementes, se retiran y ven a lo lejos a Gulo pateando a unos pollos.
Gulo adoraba el fuego, lloraba conmovido de emoción al ver quemarse cosas, brincaba alegremente, pataleando y agitando su cabeza cuando algo se achicharraba, permanecía luego embelesado hasta que quedaban cenizas, era la única cosa que lo envalentonaba como para alejarse por un rato de las cercanías del terreno. Afortunadamente no sabía encender fogatas, y sólo cuando su cuidador salia al patio cada tanto tiempo para quemar cosas era el momento de fiesta para él. En cierta ocasión un granero comenzó a incendiarse, en una casa no muy lejos de la casa de sus cuidadores, el humo se elevaba dénsamente y el olor a paja y madera quemándose llenaban el aire, todos corrimos a ver el siniestro y fue ahí cuando nos percatamos del deleite de Gulo, veía el fuego sin prestarnos atención, casi podía decirse que entraba en éxtasis. Fue cuando se me ocurrió la forma de hacernos amigos de Gulo.

sábado, 16 de marzo de 2013

El extraviado


El Chego, avanzaba con paso desconfiado por la estrecha vereda, sabía la de alimañas pululando por los alrededores, conocía por relatos de la gente de los pueblos cercanos, de la existencia de fieras desconocidas y feroces, las cuales, sin determinar su tipo por los ganaderos, bajaban por las noches de la sierra a devorar ganado; jirones ensangrentados de pellejo cubrían la tierra donde pastaban los animales, después de escuchar, asustados los cuidadores, pavorosos ruidos por los ataques.

Teófilo se había extraviado, hacía horas había partido a buscar leña para encender fogata, búsqueda iniciada a temprana hora, motivada tal faena, por la falta de fuego para preparar un desayuno decente.

Por tal apuro iba el lacayo bajo mucha tensión, miraba inquieto cada sombra, parecíale que de la nada saltaría una enorme fiera a devorarlo. Inútilmente, intentaba tranquilizarse al escuchar un ruido inesperado, de esos repentinos sonidos sobresaliendo entre la cacofonía del canto de las aves. En más de una ocasión quedóse tieso, suponiendo la presencia de un animal, temblábanle las piernas y no sentía ganas de silvar, como acostumbraba al sentirse un poco nervioso, por temor a ser oído por los depredadores.

- Pinche patrón, que ocurrencia de meterse a estas veredas, si por aquí hasta dicen que espantan en estos cerros. La tierra de los Nahualis dicen los indios del rancho de Don Vitrubio. Esos tan malos tienen la cabeza de hombre y cuerpo de lobo, se llevan a los plebes de pecho cuando todos duermen. Decía mi abuela que eran cosa maligna y había que rezar nomás los mentaban.-Pensaba amiedado el Chego.- Se imaginó por unos instantes, la figura imposible de una fiera mítica con cara de loba y cuerpo de mujer, supuso más tolerable esa idea, deleitándose con las formas de su imaginaria hembra. Incluso tuvo repentinos visos de cómo sería un coito con semejante creatura; lascivo como era, se entretuvo unos momentos con semejante ocurrencia libidinosa vista por su fértil imaginación. Eso lo distrajo varios minutos, entusiasmado por sus ideas eróticas deja de prestar atención a su alrededor, así que no se percató del repentino silencio en la arboleda. Se adentra aún más en el bosque, a su paso, solo el seco sonido de ramas rompiéndose, las hojas muertas del suelo se hundían por sus pisadas mientras espesos matorrales herían su rostro al avanzar por ese terreno. Algo le hace detenerse, una sensación indefinida, repentinamente es consciente de la ausencia de sonidos de las aves, poco antes bastante ruidosas.

Temblando ligeramente, siente un repentino frio, no habia viento, por momentos sus manos parecíanle dos apéndices ajenos a su voluntad. Camina unos metros y se detiene bajo un añoso árbol, cuyas raíces daban impresión de retorcidos intestinos secos. El Chego no era miedoso, pero si supersticioso, la brujería y los aparecidos eran cosa muy seria para él, le inquietaba mucho toda historia referente al mundo sobrenatural. Solían contarle muchos cuentos de espantos y brujas en su niñez, y recordaba cómo prestaba mucha atención a los relatos mientras se cocían en la olla los frijoles en casa de su abuela. Las hojas de la arboleda se mecen con fuerza cuando un repentino soplo atraviesa la fronda, ahora el frescor deja paso a una gélida sensación, sube la ventisca, y aúlla con lastimera nota el viento. Aprieta con fuerza su poncho de lana basta, le calaba los huesos el mentado viento, castañeteando los dientes emite algunos improperios, sentía seca la boca como para escupir y dar énfasis a sus maldiciones.

-Onde chingados está mi jefe, ¿qué habrá sido de él?- el susurro del aire sube de intensidad, ahora parecía un lamento contínuo, como si un desfile de muertos hubiesen decidido cantar, o asi lo imaginaba el ahora entumecido Chego. Orina con agitada precisión las hojas tiradas en los recovecos de las raíces del árbol, roble enorme con muchos años en tales tierras, ejerce fuerza para impulsar el último residuo de orina y acomoda su pantalón para cubrirse. De pronto cesa el viento. Una sombra esconde una furtiva forma adentrándose en la espesura. Apurado, el pobre peón intenta abrocharse el cinturón, dificil faena si se tienen manos temblorosas. Desiste de abrocharse, queda pasmado cuando se percata del movimiento brusco de unos matorrales. Algo rondaba por ahí, no quiso quedarse a averiguarlo, con paso veloz inicia su retirada sintiendo que las rodillas le traicionaban. Un sonido indefinible viene acercándose a sus espaldas, unas pesadas pisadas rompían la hierba seca y las ramas circundantes cedían con el inconfundible sonido de romperse por algo muy grande, un grito enloquecido le pone los pelos de punta al ya muy acobardado explorador. El Chego corre desaforadamente, sin tomar en cuenta donde pisaba, sintiendo que su vida dependía de ello, de ir hacia cualquier lugar pero con ello alejarse de esa cosa. Llega al claro donde estaban sus tiendas; tenía la esperanza de encontrar la pistola de su patrón en alguna de las mochilas. Logra dar con ésta, la prepara con movimientos torpes, los gritos del ser que lo perseguía se aproximaban. Toma la pistola y apunta en dirección de donde venía el depredador. Abre fuego, dispara tres veces, el bosque deja de moverse, aunque no era visible aún el animal que lo perseguía. El Chego toma algo de valor, motivado por la seguridad del arma y el suponer que había abatido el peligro a punta de tiros. Busca y no encuentra señas de ninguna bestia, inquieto por ese misterio decide regresar al campamento, tras de sí percibe por un instante el sonido del aire; un ramalazo lo hace caer, Teófilo enfurecido le da de patadas- idiota, casi me matas a balazos cabrón, que no viste que venía corriendo por culpa de unas abejas, gritaba como loco por que me picotearon todo el hocico - El Chego recibe el castigo con dolorosa resignación, aliviado dióse cuenta que jamás hubo ser sobrenatural en su persecución sino su jefe, el cual a pesar de la hinchazón de su rostro, estaba bien.

martes, 5 de marzo de 2013

Gulo y otros cuentos inenarrables


Echaba tierra sobre el pobre animalillo asustado, reía al perseguirlo, pateando entusiasmado el suelo, arrojaba con cada patada ruidosas andanadas de piedrecillas, paja y polvo. El conejo trataba de escapar desesperadamente, sus ojos como enormes globos oscuros veían con avidez cualquier resquicio posible para huir de ese perseguidor cuyos gritos asustaban más que sus arrebatos al arrojar proyectiles. Gulo, implacable como cada día, necesitaba divertirse perpetrando alguna crueldad, y si era con algún ser débil mucho mejor. Una larga cicatriz le recordaba el incidente que tuvo con el enorme perro de sus vecinos, al cual mató finalmente. Pudo morderle con fiereza en la pierna momentos antes de que usara su hacha sobre el ancho cráneo del can. Eso escandalizó a las gentes del pueblo, matar así a un perro ya era cosa de dementes, pero los cuidadores de Gulo lo defendieron, alegaban que éste tuvo que defenderse de semejante ataque con lo que tuvo a mano, en este caso el hacha oxidada del cobertizo de la casona de campo. Ignoraban la paciente premeditación y el asombroso acecho del orate para atraer al perro hasta el lugar donde pretendió torturarle con ruido y palos afilados.
Con el pecho casi a reventar, el conejo arañaba la madera de una pared del cobertizo, Gulo le asesta una piedra en la cabeza. Muere al instante, pero la diversión no había acabado, seguía una larga sesión de viscerales descubrimientos. Gulo cantaba y babaeaba como cada vez.