La realidad se amolda a la dispersa percepción la cual jamás obedece otra cosa que sus impulsos y miedos

martes, 26 de febrero de 2013

El atolondrado en el campamento




Veo esas luces, no sé muy bien lo que son, pero brillan de esa forma tan rara, como si el resplandor surgiera a través de una capa de carne traslúcida. Intento moverme un poco para acercarme a ver esas extrañas cosas flotantes, éstas laten con lenta animación, suspendidas sobre el suelo a escasos dos o tres metros. Mis compañeros permanecen dormidos, ignorando el prodigioso evento que sucedía a poca distancia de nuestro campamento. Esos objetos, levitaban al parecer bajo el control de cierta inteligencia, puesto que evitaban con habilidad el chocar con los arbustos a su paso; moviéndose con lentitud hacia las montañas, una procesión sumamente insólita y pavorosa. Su forma, la de una pelota de fútbol americano, aunque un tanto alargada, no emitía sonido alguno y, el color de sus destellos palpitantes iba de amarillo a rojizo, una variación de colores bastante enfermiza.

Embelesado por tal espectáculo, casi me corto los muslos al tropezar con las botellas vacías de las cervezas que habiamos consumido un par de horas antes. Me levanto, enojado por mi torpeza, sacudo mis piernas, quitándome el polvo y hierbajos adheridos, me dirijo al lugar donde volaban esos globos perezosos, iluminados como feas farolas de carnavalesco desfile.

Intentando pasar por el campamento sin despertar a mis amigos, pateo sin querer la cara de uno de ellos, por unos instantes creí que era uno de esos globos, aunque la ausencia de luz no me pareció al principio sospechosa, y que por tal ausencia de brillantez no debía tratarse de alguno de esos objetos extraños, cometí el error de suponer peligro donde no existía; finalmente pude recapacitar de mi error, constatando que mi amigo era en realidad el que yacía en el suelo, al mismo tiempo que una sarta de improperios me ponía al corriente de que estaba ahí mi compañero. Algunos despiertan por causa de tanto alboroto., y sorprendidos, intentan descifrar lo que sucedía frotando sus ojos adormilados, sus cabelleras desordenadas como dementes los hacían ver patéticos, o así me lo pareció.

Corrí despavorido, ese repentino ejercicio movió mis tripas, haciéndo que vomitara violentamente sobre lo que supuse era una letrina, los pies comenzaron a dolerme, la fogata aún tenía brasas y mis botas cedían ante el creciente fuego renovado. Bailo como desquiciado, levantando una nube de tierra, al mismo tiempo mis gritos despiertan a los más recalcitrantes dormilones. Cuando los reclamos, de mis desperdigados amigos, por haber ensuciado la olla donde conservábamos la comida se escucharon, les dije que vieran hacia las montañas, que ahí, unos seres tenebrosos sobrevolaban las laderas acercándose a las moles de tierra. Todos voltearon incrédulos, y fue enorme mi sorpresa al ver que no había rastro de esos globos luminosos. La noche fue terrible, misteriosa, había electricidad en el aire. Las risas de mis amigos, menos la del que recibió la patada, lograron afectarme, ya no importaba que mis pantalones estuviesen mojados de orínes. Aún no llegaba nuestro guía, había bajado al pueblo a comprar mariguana.

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